A veces, cuando estoy en la Corte, me acerco a refugiarme un rato en la iglesia de San Juan del Hospital. Sus muros del siglo XIII me ofrecen frío y protección. Las entradas de luz son escasas y eso unido a la soledad y el absoluto silencio, consiguen abstraerte del entorno y disfrutar de un momento para respirar.
Pero hoy había un cura y un señor en el altar, tocaban una campanilla y el señor, de vez en cuando, disparaba con una escopeta de perdigones hacia la cúpula. Ignoro si se trataba de un rito o si estaban espantando una Paloma. Pero han roto el silencio.
viernes, 10 de julio de 2015
lunes, 6 de julio de 2015
El último viaje - III
Las palomas salieron volando cuando entró en la plaza con su vieja bici, el lugar quedó solitario y sin obstáculos. Una sonrisa expontánea dibujaba su cara, la gente desde las terrazas le observaba. Se sentía diferente, se sentía libre.
En ese momento escuchó una voz a su espalda. "Señor, se le ha caído esto!". Un chico de unos quince años corría hacia él con un fajo de billetes en la mano.
Instintivamente se echó la mano al bolsillo trasero y comprendió. Bajó de la bici y se quedó observando al jovenzuelo acercarse con un trote entre urgente y taciturno.
"Esto se le ha caído", dijo sofocado el aliento. Le tendía, estirado el brazo, los quinientos euros. Aquel gesto sorprendió tanto a Mario que no supo que hacer. Así que le dió un billete de cincuenta al chaval y le ofreció su mano. El chico le respondió con una sonrisa y se fue andando taciturnamente ( otra vez). "Como te llamas!", gritó Mario. "Eliot", dijo el chico ya desde lejos. Y desapareció mas allá de la plaza.
En ese momento escuchó una voz a su espalda. "Señor, se le ha caído esto!". Un chico de unos quince años corría hacia él con un fajo de billetes en la mano.
Instintivamente se echó la mano al bolsillo trasero y comprendió. Bajó de la bici y se quedó observando al jovenzuelo acercarse con un trote entre urgente y taciturno.
"Esto se le ha caído", dijo sofocado el aliento. Le tendía, estirado el brazo, los quinientos euros. Aquel gesto sorprendió tanto a Mario que no supo que hacer. Así que le dió un billete de cincuenta al chaval y le ofreció su mano. El chico le respondió con una sonrisa y se fue andando taciturnamente ( otra vez). "Como te llamas!", gritó Mario. "Eliot", dijo el chico ya desde lejos. Y desapareció mas allá de la plaza.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)