Caminaba despacio, entre las gentes que ocupaban el mercado. Seguia a su victima a cierta distancia, entreteniendose en algun puesto curioseando. Caminaba pues, mano sobre la empuñadura de su espada, todavia envainada. Sentia el sudor bajo el coleto de cuero que le oprimia el pecho. A pesar del calor en la Corte madrileña, lo necesitaba en su oficio para prevenir furgazos traperos.
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