Hoy he leído en el periódico que la nave industrial de la empresa Cárnicas Estellés ha ardido en llamas, provocando un gran incendio cuyo humo podía verse a varios kilómetros a la redonda.
La noticia me ha hecho recordar aquella noche que pasé trabajando en esta empresa. En aquella época comenzaban a prosperar las Ett,s o empresas de trabajo temporal. Recuerdo que yo estaba buscando trabajo y tenía que pagar el alquiler del ático ruzafero que habitaba, así que con una muy breve explicación del trabajo por parte de la ett y aceptando empezar a trabajar aquella misma tarde, firmé el contrato y me dirigí con mi cochecillo al lugar de trabajo, puesto que comenzaba a las 20 hrs.
Una vez en el parking de trabajadores y cerrado el coche, me encaminé hacia la nave, a medida que me acercaba a ella me llegaban cada vez mas claramente unos chillidos como de terror o de sufrimiento. al poco me di cuenta de donde procedían. Eran los cerdos que iban a sacrificar. Esos chillidos lastimeros no se apagarían en toda la noche. Camiones y camiones no cesaban de llegar cargados de nuevos cerdos a los que sacrificar.
Pero esto solo fue el principio. Al entrar me proporcionaron los ropajes apropiados para realizar el trabajo. Una especie de bata verde, unas botas de agua y un gorrito.(Como me hubiese gustado hacerme una foto con el disfraz y en aquel lugar).
Me dijeron donde podía cambiarme, me puse aquellas prendas en un vestuario abarrotado de otras prendas y de un olor... a cerdo.
Cuando entré en la sala de despieze, me dio un vuelco el corazón y una primera arcada. Una legión de carniceros despedazaban a golpe de hacha y cuchillo todo aquello que llegaba a sus manos. Recuerdo que de vez en cuando decían; "Viene un pedido de Mercadona" y en ese momento comenzaban a entrar grandes cerdos muertos y pinchados boca abajo de unos ganchos que se desplazaban automáticamente a lo largo de toda la nave. Había que estar muy atento, porque un despiste te podía salir muy caro. Aquellos infernales ganchos quedaban a la altura de la cara y podías acabar enganchado por el ojo y colgando entre los cerdos.
Mientras los carniceros despedazaban maquinalmente, yo iba llevando carros llenos de sangre (de cerdo) arrastrándolos hasta unas gigantes neveras donde habían mas cerdos muertos colgando boca abajo. Al entrar en la nevera gigante, para llegar al fondo tenía que ir apartando cerdos muertos y frios, muy frios, a veces me daba un cerdazo en la cara. Recuerdo que de vez en cuando miraba hacia la puerta, no fuese que el típico gracioso le quisiera hacer una bromita al nuevo dejándolo encerrado en aquella nevera repleta de cadáveres porcinos. Que gracioso!!.
Mientras arrastraba uno de aquellos carros repletos de sangre y mis botas resbalaban con la sangre que también había por el suelo ( a las tres de la madrugada aquello se había convertido en una fiesta mortal) apareció flotando entre la sangre del carrito que empujaba mientras esquivaba los ganchos, una cabeza de cerdo que pareció que me miraba en aquel breve instante emergente. Una nueva arcada acudió al instante.
La noche se hizo eterna. A las cinco de la madrugada abandonaba la nave. Cuando llegué a casa me di una ducha eterna.
Comenzaba a coger el sueño a eso de las nueve de la mañana cuando sonó el teléfono de casa. Era mi abuela, le había llegado una carta de hacienda y quería que fuese corriendo a su casa... y fui.
Ay. que tiempos aquellos!!.
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