El zapatero de Godella tiene su pequeño taller cerca de mi casa. Algunos sábados por la mañana, cuando voy a por el pan al horno, lo veo trabajando, trasegando con herramientas y zapatos. O conversando en la puerta con algún cliente o amigo.
Hace unos días le llevé, un sábado por la mañana, unos zapatos para arreglar. Los estudió brevemente y me dijo que volviera el lunes. Así lo hice. El lunes a mediodía, de camino a casa, pasé por el taller. Al oír la puerta salió de la trastienda, lentamente. Me enseñó y explicó como había reparado mis zapatos de piel y esparto, cosa que escuché y agradecí. Tras una pausa, me enseñó un par de zapatos y me dijo; "me los regaló mi hija, que en paz descanse y no hay manera de poder ponérmelos". Me quedé sin palabras.
Al salir del pequeño taller, sentí una gran pena por el zapatero. A pesar de que rondará los setenta años, continua abriendo cada mañana su pequeño taller. Continua trabajando, continua viviendo!!. Ahora mis sentimientos de admiración y respeto superan al de pena.
Cuando mucha gente se pide la baja por cualquier catarro, gripe o depresión, unos con motivo y otros muchos sin el. O solicitan una "incapacidad" permanente para pasarse el resto de su vida sin pegar palo al agua y cobrando una pensión...
Menos mal que aun quedan Quijotes.
martes, 13 de junio de 2017
Suscribirse a:
Entradas (Atom)